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Noche de verano, noche de tormenta… noche juntos…

Está lloviendo, no me puedo dormir y en noches así sólo pienso en él… su piel, su abrazo, sus besos… pero sé que no vendrá…

 Es cerca de media noche,  entre relámpagos y truenos, sin esperarlo,  tocan el timbre, abro la puerta y es él que ha venido a verme.

¿Cómo sabía? ¿Sabía que lo estaba esperando? ¿Sabía que necesitaba probar su piel en persona, dejar sus abrazos entre mi cuerpo y sus besos en mis labios?

-“No me esperabas, ¿verdad?”

-“No. No sabía que sabias donde vivía”

-“No lo sabía. Lo busqué. Ya no daba más de esperar. Esto no viene de ahora.”

Tiene razón. Hace bastante que nos venimos deseando.

-“Vení, pasá”- le abro la puerta, y, mojado cómo está se me tira encima y me da un beso. Un beso que hemos estado esperando hace mucho. Un beso que abre la puerta de la pasión.

Esto ya no es un sueño. Es una realidad que se encierra entre las 4 paredes de la casa. Lo empiezo a besar como si el mundo acabase esa misma noche, un beso que venía deseando desde hace mucho, estamos los dos iguales.

Se ha cortado la luz por la lluvia y solo nos ilumina la luz de los relámpagos que se meten por la ventana sin cortinas. Le saco la remera, lo empiezo a sentir con mis manos, voy besando su piel, voy bajando, llego a su pantalón. Me detengo. Me mira. Toma mi mano, la hunde en su bóxer y lo siento. Lo deseo. Me desea. La noche recién empieza.

Me agarra por detrás y mientras que lo masturbo con el pantalón a medio sacar me empieza a besar y a dar pequeños mordiscos en el cuello. Sabe cómo encenderme. La lluvia sigue sonando de fondo. Y en la habitación el fuego se enciende.

Me tiro en la cama, él se acerca, me saca el pantalón, la ropa interior y con mis piernas lo hago bajar a mi entrepierna para que me demuestre lo que puede hacer su lengua. Estoy disfrutando como nunca, se sabe mover, como si siempre hubiese sabido cómo actuar. De a poco lo siento, cada vez más y sobreviene un orgasmo.

Sin mediar palabra se termina de sacar el pantalón, yo me saco el corpiño, se sube arriba mío y me posee mientras que el resto del mundo fuera de esa cama deja de importar. Lo venimos esperando hace mucho. Me besa mientras que me embiste, yo le araño la espalda, estamos como locos, locos de lujuria.

El segundo orgasmo no se demora en venir. Cierro los ojos y a la par nos llenamos de ese éxtasis momentáneo que solo un buen orgasmo ofrece. A la vez. Se acuesta al lado mío, pone sus manos sobre mis pechos, me mira a los ojos y me dice “una eternidad esperé este instante”.

A lo lejos la luna llena comienza a asomar… porque la tormenta pasó y fue en mí cama.

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