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Mi Buenos Aires deseado

Nos conocimos en  internet. Nos empezamos a seguir por Instagram, y la seducción se fue dando de a poco. No sé si por la edad o qué, pero era un hombre totalmente diferente a los que yo había conocido antes. Él vivía en Buenos Aires, y yo, en Mendoza pero hubo algo dentro mío que me dijo “animate a conocerlo, puede llegar a valer la pena”. Y yo, que no he sido muy suertuda en el amor, me dije “vamos a ver”

A medida que las charlas aumentaban su frecuencia, también así lo hacían las ganas de vernos. Fuimos de a poco compartiendo hechos de nuestra vida y finalmente la invitación para vernos en un mes en Buenos Aires.

Buenos Aires siempre me ha parecido una ciudad fascinante. El ritmo de vida es tan diferente al de Mendoza  y, como cábala cuando informaron que iniciábamos el descenso a la ciudad, me puse los auriculares y le puse play a “La ciudad de la furia” de Soda Stereo. No había mejor forma de recepción.

Cuando bajé del subte y subí las escaleras mecánicas, lo busqué. Y lo vi también buscándome, y por primera vez en mucho tiempo, me di cuenta que él si era igual que en las fotos, cosa que no sucede demasiado en la vida real. Cuando nuestros ojos se encontraron, en la cara de ambos se dibujó una sonrisa, y mis nervios dejaron de existir. Nos acercamos lentamente y, cuando estuvimos pegados el uno al otro, nos dimos el beso que veníamos esperando hacía mucho tiempo, y fue un beso despacio, saboreando todo lo que pudiésemos saborear, sin importarnos el murmullo de gente que había a nuestro alrededor. Me miró a los ojos y me dijo — bienvenida.

Octavo piso, departamento tres. No me voy a olvidar. Abrió la puerta, y dejé mis cosas arriba de una pequeña mesa que tenía en la entrada. Los grandes ventanales del departamento tenían como fondo al Río de la Plata. Se me acercó por detrás y me empezó a besar el cuello, despacio, encendiendo un fuego que demoraría en apagarse. Dejé caer mi campera al piso, me di vuelta y lo empecé a besar yo también, primero el cuello y, como dibujando un camino, después en su boca, cuyos labios mordí suavemente. Ese fue el disparador, me agarró de la mano, y me llevó a la única habitación que tenía el departamento. Me sacó el sweater, dejándome solo con el pantalón y el corpiño. Yo le metí la mano por abajo del bóxer y noté una erección latente, yo por mi parte ya me había mojado.

Nos recostamos en la cama, nos fuimos sacando la ropa el uno al otro, y, sin preguntar, se hundió en mi entrepierna y me dio el mejor sexo oral que había tenido en mucho tiempo. Lo deseé tanto, lo disfrute tanto, que el primer orgasmo no se hizo esperar mucho, y le acabé en la boca. —Como más me gusta —me contestó, al saborear aquel líquido. Después él se recostó boca arriba en la cama, y yo sin pensarlo mucho, me le subí arriba y lo cabalgué. El segundo orgasmo llegó a la vez que el suyo, y, ya cansados del éxtasis mutuo, nos echamos a dormir desnudos, abrazados el uno al otro.

Cuándo nos despertamos ya el sol había bajado sobre la ciudad. Me dio un beso en la boca suavemente, se sentó sobre la cama, se puso el bóxer y una remera manga corta, y me dijo —vos no te imaginas todo lo que planeé este momento, y fue mucho mejor de lo que lo esperaba, porque fue real —yo sonreí, hacía mucho tiempo que no era así de feliz, el pasado ya había pasado, el futuro aún no había llegado, y en este presente estaba bien, tranquila, y a su lado.

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