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Jugando al límite del deseo

Nos gustaba jugar, inventar situaciones en la intimidad de nuestro cuarto, excitarnos en lugares públicos (con o sin público).  La pasión y el deseo lo alimentábamos siempre en nuestra pareja, ésta vez mi fantasía transcurría en un bosque y él siguió el juego de mi deseo…

Me quedé un momento con la espalda reclinada en el tronco de un árbol, de pronto escuché ruidos. Los ruidos que escuchaba no eran humanos, era un ronroneo animal. No tardé mucho en descubrir a una pareja de pumas acicalándose. La hembra tendida, levantaba la cola y el macho lamía sus genitales mientras ella estiraba su cuello hacia atrás y abría la boca emitiendo un sonido gatuno reprimido.

En ese momento pensé que todas las bestias somos iguales ante el goce. Era ciertamente sensual el espectáculo. La hembra estaba entregada, complacía al macho que con su lengua le estimulaba los espacios libidinosos. Sus movimientos eran perfectos, sincronizados. Se entendían sin hablarse, incluso sin mirarse. Sólo la tensión de sus músculos y el ritmo cardíaco los guiaba.

Estaba tan concentrada en los animales que no lo sentí llegar… Una mano me tapó la boca. Había sido cazada. Estaba atrapada entre un amo sexual, tal como lo imaginaba en mi fantasía,  y dos pumas en celo bajo la luna llena. Bonita noche de cacería, pensé. “Si te movés vamos a ser presas de verdad”, me susurró al oído.

El instinto llevó mi mano a querer palpar su rostro. Bajó su cabeza sobre mis hombros y empezó a jugar con su nariz en mi cuello. Arrodillado atrás de mí pude sentir sus pulsiones pélvicas. Yo sabía que el juego era ser sometida, pero necesitaba verlo.

Extrañaba ese roce por atrás oliéndome desmesuradamente, introduciendo los dedos por debajo del pantalón para descubrir la ausencia de ropa interior, el jadeo en mis oídos sin poder verlo, el pecho desbordado en mi espalda arqueada.

Le mordí los dedos para que quitara su mano de mi boca. Sin dejar de observar la cópula de las bestias, me quité la ropa y dejé mi torso desnudo con el pecho erguido ante ellos.

Me incliné hacia adelante, con los brazos extendidos, imitando la posición de la hembra. Saqué una navaja y se la extendí. Él la usó para cortar la entrepierna del pantalón. Sentí la punta afilada sobre el cóxis y mi cola liberada al frío del rocío que me ardía las entrañas.

Me arqueé hacia atrás, llevándola hacia él, que había introducido sus manos completas por el tajo de la tela. Sentí su lengua bebiéndose mi transpiración, recorriendo de adelante hacia atrás el territorio más excitado de mi cuerpo.

Siguió por mis vértebras y yo sentía su lengua como una serpiente que iba reptando hacia mi nuca como mis impulsos nerviosos, tensando los capilares y erizándome la piel.

Su torso, también desnudo, cubrió mi espalda y sentí la penetración con sus rodillas inmovilizando mis pantorrillas. Sus brazos cubrieron los míos y puso la navaja entre mis dedos mientras me dijo al oído: “Shhh…”

Los pumas habían terminado su momento y venían a nosotros, oliendo, agazapados, sabiendo que entre los arbustos algo se escondía. Sentí el sudor frío en cada poro de mi piel. Con la lengua me bebí las gotas que desde la frente me bañaban el rostro. Debí estar alucinando porque sentí el deseo de devorar.

Con mis garras me clavé al suelo, en posición de ataque. Él me frenó con su humanidad encima y adentro mío. Estábamos inmóviles pero yo sentía el pulso de su miembro en mi vagina que también se contraía.

Los pumas se acercaron y olieron nuestros cuerpos. Nos rodearon lentamente y lamieron las pieles. La excitación era mutua. Cuatro bestias excitadas, en cuatro patas, sirviéndose del instinto salvaje para mantenerse con vida.

Ella se acostó frente a mí, clavándome su mirada ámbar. No dejé de mirarla. El macho se acercó y comenzó a lamerle el cuello.

Mi cazador imitó el movimiento sobre el mío y no pude mantener la boca cerrada. El gemido salió extasiado y la hembra me mostró los dientes. Estábamos las dos al borde del placer, siendo consumidas por el macho animal que placía nuestros instintos. Su macho la mordió y ella giró su cabeza violentamente para apartarlo.

En la única oportunidad que tenía de hacer un movimiento, con mi pelvis lo empujé  hacia atrás, me di vuelta y clavé la navaja en el árbol. Los animales salieron corriendo. Saqué una soga de la mochila y até sus manos al árbol.

Luego me senté encima y comencé a penetrarme con su miembro expuesto. Él sonreía. Le lamí el tatuaje sobre el hombro y esquivaba mis pechos a su intento de morderme los pezones. Tomé de su mochila un whisky y se lo derramé en la boca, en el cuello, en el pecho. Refregué mi torso sobre la humedad alcoholizada del suyo. Me abracé al árbol, dejando mis hombros al alcance de lo único que él podía usar: su boca.

Dejé que lo hiciera, exponiendo cada espacio de mi piel a ella. De arriba abajo, de atrás hacia adelante. En la cintura, el ombligo, las axilas y las nalgas. Sólo cuando me cansé de ser recorrida por su lengua, le liberé las manos y lo dejé poseerme a su antojo. Le arañé la espalda marcada por la corteza del árbol. Me levantó y llevó mi cuerpo contra ese mástil de tortura que habíamos encontrado.

No dejó de penetrarme con fuerza contra él. Me abracé por encima de la cabeza al árbol contra el que estaba siendo sometida. Sentía que con cada impulso, mi espalda se ajaba y caían, entre las hojas húmedas, las gotas de sangre.

Él nunca cerraba los ojos al penetrarme de frente. Disfrutaba la metamorfosis de mis gestos al placer, el desorden de mi pelo, la piel transpirada, la lengua fuera de control, los ojos blanqueados a la presión de su mano en mi cuello.

Acabamos en un alarido infame a la luz de la luna. Caímos arrodillados. Él me abrazó por la espalda con su torso mojado de sudor y alcohol, que penetraron en mis heridas hasta hacerme entrar en un espasmo doloroso que me llevó a un segundo orgasmo.

Ya los grillos habían dejado de cantar. Nos vestimos y nos cubrimos con mantas. Caminamos abrazados y en silencio hacia la ruta, escuchando los sonidos del bosque y la noche hasta llegar al auto y volver a casa, tal vez planeando nuestra próxima aventura sexual, nuestro próximo juego al límite del deseo.

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