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San Martín, exilio, paternidad y su nieta heroína de guerra en Francia

El exilio. Una muerte en vida. Nada parecía consolarlo recién llegado de Mendoza a Buenos Aires. Alguien conocedor del paño como él podía vislumbrarlo. Estaba solo en medio de la inmensa bruma que brotaba de la desgarradora incomprensión que sus adversarios de siempre provocaban.  Había sido nombrado Generalísimo del Perú, Capitán General de la República de Chile, General de las Provincias Unidas del Río de la Plata y habiendo consagrado la independencia de medio continente, como un caprichoso ardid del destino y empeñada la coyuntura en provocar más dolor, parecía que nada alcanzaba. José de San Martín, el libertador, estaba solo. 

En el marco de ese escenario conmovedor el pedido sonó como sablazo: “Que Mercedes se quede con nosotros en Buenos Aires”; le habría sugerido su suegra, Doña Tomasa de la Quintana de Escalada, conocedora de lo que implicaba batallar en esas lides hogareñas, después de tener abuelos, padre, hijos y yernos militares.  “Qué hará esa pobrecita niña de siete años en la gigante Europa; sola, sin su madre y con un padre militar, viudo y abatido. Quién podrá cuidarla, criarla, educarla”; refrendaría Tomasa. 

Corría diciembre de 1823 cuando San Martín había llegado sin escoltas a Buenos Aires. Nadie sabía mejor que él que era imprescindible tomar distancia de los sucesos nacionales, y mucho más cuando sus enemigos se multiplicaban elucubrando injurias y sembrando sospechas inusitadas. 

“La infanta Mercedes partirá conmigo. Es lo único que me queda”, fue la lacónica respuesta. De nada sirvió la ira de Doña Tomasa. Además, San Martín partiría en la medida que Bernardino Rivadavia dispusiera cuándo le otorgaría su pasaporte retenido. 

No solo debía exiliarse, sino que también estaba a expensas de la determinación antojadiza de su celoso rival desde que San Martín piso suelo rioplatense en 1812 y enfrentado además hasta con su propia familia política que pensaba que está actitud de marcharse con la infanta, vaya saber a dónde, era una brutal locura. 

“Ex – Patria” y perseguido

Y así fue. Él que tanto había luchado por la patria se marchará con el humillante mote de “ex – patriado”, o sea: el que ayer tuvo una patria y ya no tiene nada.

Su compadre el francés Federico de Brandsen lo acompañó a embarcar en el navío «Le Bayonnais» que lo llevará con Merceditas a Europa. Atrás quedaría la patria. Atrás quedaría el reproche de los Escalada Quintana. El verano de Buenos Aires de 1824 le daría un adiós prácticamente definitivo. Volverán sus sueños. Volverán sus restos. Se inmortalizarán en tiempos más justos sus conquistas, pero ya nunca volverá su voz. Partía para no regresar jamás.

Tras casi dos meses de navegar arribará a El Havré. “Ha llegado un sospechoso a Francia”. Al encontrarle diarios liberales y portar un pasado libertario fue retenido por las autoridades.  Era un «huésped molesto». Tuvo que permanecer varios días en el barco. Fue sometido a interrogatorios prolongados y su equipaje requisado exhaustivamente. Le incautaron esos diarios, libros y correspondencia. Francia por ese momento estaba bajo el reinado borbónico había pasado a integrar la Santa Alianza. Esta tenía como fin reconquistar todas las regiones americanas independizadas y restablecer los absolutismos.

Ergo, todo lo que tenía «tufo» de separatista, independentista, liberal o republicano era considerado sedicioso. La alarma invadió el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. San Martín argumentó que su destino final era Londres. Pero las luces de alerta se habían encendido. Las cancillerías de los reinos de la Santa Alianza estaban advertidas: «Un enemigo del imperialismo» se dirige a Inglaterra.

El largo viaje de la niña

Tras su parada francesa se embarcará a Southampton. Llegará a Londres alquilando una casa en Park Road del coqueto barrio Marylebone. El primer paso estaba dado: inscribirá a su hija en un colegio pupilo llamado “Hampstead College”. Tendrá orientación en artes y como tutora de la infanta figurará la esposa de su amigo británico el capitán de marina Peter Heywood.

 “Estimada Doña Tomasa, nuestra amada Mercedes se encuentra bajo la tutela de uno de los mejores colegios de Londres”; correspondencia mediante, cierta calma llegará a la preocupada residencia porteña de los Escalada. 

Vivirá un año en Londres donde será muy reconocido. Marchó a Bruselas para juntarse con su hermano Justo Rufino y posteriormente con Mercedes. Desde ahí empezará una extensa gira por distintas ciudades europeas. Siempre «haciendo campaña» por la libertad americana: Aix la Chapelle, Marsella, Lille, Toulón, Amberes, Ostende. Vuelve a Marsella y de ahí retornó a París. Es ahí, en Paris, donde San Martín decidió volver al Río de la Plata tras 5 años en Europa.

Regresará a bordo del «Condesa de Chichester». Un novedoso buque a vapor (de última generación en ese tiempo). Valga una digresión: San Martín es famoso por su cruce cordillerano, pero también fue el primero que propició la incorporación de buques a vapor en la guerra naval del Pacífico, avanzando en esto muchísimo sobre todos los estrategas y los tácticos de la época. 

Lo siguiente es terreno consabido. Intentará frustradamente regresar en 1829. Nunca bajará del barco. Sus amigos Olazábal y Álvarez Condarco lo visitarán en el navío. El fusilamiento de Dorrego por Lavalle, hicieron caótica la situación en el Río de la Plata. La crisis era mucho más aguda que tras aquel primer exilio voluntario de 1824. «Jamás desenvainaré mi espada para combatir a mis paisanos», le dijo a Lavalle cuando éste le ofreció ser Gobernador de la Provincia de Buenos Aires.

El Doctor Mariano Balcarce

Desilusionado volvía a Francia. Tanto su hija Mercedes como él contraerán la epidemia de la época: cólera. Un diplomático argentino que cumplía misiones en Francia los atenderá durante unos meses. El remedio no pudo ser mejor: Mercedes se había enamorado de ese médico. 

“Estimada Doña Tomasa; cumplo en informarle que nuestra amada Mercedes se ha comprometido en noviazgo con el distinguido caballero y médico Mariano Severo Balcarce, hijo de aquel triunfador de Suipacha, Don Antonio González Balcarce Martínez Fontes y de Doña Dominga Francisca Bouchardo. Me manifiesta el joven Mariano que su familia y la de él fueron vecinas y sus antepasados compartieron relaciones y negocios. Espero que la feliz noticia tranquilice su angustia y a su vez le comunico que he girado correspondencia a Doña Dominga Bouchardo solicitando la aprobación de un futuro enlace entre Mercedes y Mariano”. 

Aquella imagen infantil

En Francia transcurrirán los últimos 20 años de San Martín. Girará por distintos destinos franceses hasta morir en Boulogne Sur Mer. Su única «foto», por insistencia de Mercedes, es un pequeño daguerrotipo de 1848 que hoy se encuentra en el Museo Histórico Nacional.

Sobre ese daguerrotipo se han inspirado varios autores. Un clásico es el «San Martín en Boulogne Sur Mer» de Antonio Alice. La inspiración de Alice pintó un San Martín anciano envuelto en su capa, erguido sobre una roca de las costas de Boulogne Sur Mer. Mirando a América. Con un bastón que simboliza un mástil y la capa que reflejaba la bandera.

Esa imagen «del viejo», es el semblante del que a pesar de la ingratitud recibida ofreció sus oficios en la gesta emancipadora, se predispuso a volver cuando la Guerra contra Brasil, alentó a no bajar los brazos en el bloqueo anglofrancés y anheló volver para cerrar grietas. Pero no pudo. 

Ahí yace en su lecho. Había pasado «las de Caín» bregando contra cientos de pestes que lo achararon siempre: asma, tuberculosis, reuma, úlcera, gastritis, hemorroides, insomnio, un constante estreñimiento y cataratas en sus últimos años hicieron un coctel con el que se enfrentó cotidianamente. Pero hubo otras “enfermedades” que también lesionan y no son balas ni sablazos, ni de las que cura un fármaco. Son las mentiras, las calumnias, las injurias, las traiciones. 

San Martín morirá en brazos de Mercedes. En los brazos de su niña. Tomados de la mano como ayer cuando subió al barco en 1824 y ambos curtían distintos miedos. Ella envolverá a su “Tata” con aquella manta comprada en una feria de Montmartre. Recordaran poemas en latín. Cantaran en francés junto a los nietos, mientras siempre estará presente el anhelo de volver a “la inmortal y corajuda Mendoza, donde todo se hace» como escribiera en sus tiempos de General. 

Mariano correrá la cortina de la habitación que da sobre el 105 de Gran Rue. Era un 17 de agosto de 1850. “La luz de la historia lo agiganta”. Ha muerto el papá de Mercedes.  

Pepita, la nieta del general San Martín, a quien los franceses consideran heroína de guerra

Josefa Dominga Balcarce

Josefa Dominga Balcarce fue una de las nietas de José de San Martín y, curiosamente, por su papel en la asistencia de heridos durante la Primera Guerra Mundial, Francia le otorgó la Legión de Honor. Había transformado su casa en un asilo de ancianos y su acción filantrópica fue su sello distintivo.

Desde el día mismo de su nacimiento, abuelo y nieta tuvieron un vínculo especial. Fue San Martín el que personalmente la inscribió en el registro civil de Evry-sur-Seine. Y quien la dejaba jugar, a gusto y placer, con las medallas que había ganado, en la época que combatía a Napoleón, en las filas del ejército español.

La revolución que estalló en 1848, que provocó la renuncia del rey Luis Felipe I y que dio paso a la Segunda República, lo convenció a San Martín de buscar ámbitos más tranquilos. Ese lugar fue Boulogne sur Mer, una población costera frente al Canal de la Mancha. Alquiló un segundo piso de una vivienda en el número 5 de la rue Grande en Boulogne-sur-Mer, propiedad de Henry Adolphe Gerard, abogado, periodista y además el biblotecario del pueblo. Se haría amigo de San Martín.

El Petit Chateau

Cuatro años más tarde, Mariano Balcarce adquirió, en el pueblo de Brunoy, a veinte kilómetros de París, una mansión que había pertenecido, entre otros, al conde de Provenza, hermano de Luis XVI y quien luego sería el rey Luis XVIII. Desde tiempos inmemoriales, era el “Petit Chateau”. A lo largo del tiempo, había sufrido varias modificaciones, especialmente cuando fue parcialmente destruida durante la Revolución Francesa.

En 1861, a los 27 años, murió la otra nieta de San Martín, María Mercedes. La sepultaron en una bóveda en el cementerio de Brunoy y también llevaron los restos de su abuelo. Ese mismo año, Josefa se casó con Eduardo María de los Dolores Gutiérrez de Estrada y Gómez de la Cortina, embajador de México en Francia. No tendrían hijos.


Mercedes, la hija de San Martín, que había nacido en Mendoza en 1816 cuando su papá era gobernador de Cuyo, que fue testigo de la enfermedad y agonía de su mamá Remedios y que fuera cariñosamente malcriada por su abuela, falleció en 1875; su esposo Mariano lo haría diez años después.

La memoria de San Martín

Josefa y su marido estuvieron el 21 de abril de 1880 en El Havre, despidiendo los restos del Libertador, que el vapor Villarino llevaría a Buenos Aires. Lo primero que hizo Josefa fue donar la valiosa correspondencia de su abuelo a Bartolomé Mitre, y cedió el mobiliario que le había pertenecido al Museo Histórico Nacional. Lo hizo junto con un croquis, en el que detallaba la disposición de los muebles de la habitación donde había fallecido. Eso permitió recrear el ambiente, tal como se lo puede contemplar en la actualidad.

Un hospital para la guerra

Cuando Josefa enviudó en 1904, modificó el Petit Chateau, donde vivía. Había creado, a fines del año anterior, la “Fundación Balcarce y Gutiérrez de Estrada”, que llevaría adelante un hogar de ancianos y un centro asistencial para los más necesitados. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, transformó su casa y asilo en un hospital. La asistieron en esta tarea las hermanas de la Congregación de la Sagresse.

Trabajaba a la par que todos. Hablaba varios idiomas, como el inglés, italiano, alemán, griego y latín. Y por supuesto el español, a pesar de que nunca conocería Argentina, al que se refería como “nuestro amado país”.

La dirección médica de lo que durante la guerra fue el Hospital Auxiliar Nº 89, empezó a funcionar el 14 de octubre de 1914, y estuvo a cargo del cirujano jefe Dr. Jules León Ladroitte. Constaba de 50 camas, dos modernos quirófanos, y salas de esterilización, laboratorio y radiología. Por la proximidad con el frente de batalla, atendían tanto a heridos franceses como alemanes. Lo único que Josefa preguntaba era “¿Están heridos? Entonces, ¡éntrelos!”

El problema fue cuando Alemania inició la segunda gran ofensiva del Marne, entre julio y agosto de 1918. Los franceses evacuaron toda el área, que comprendía a Brunoy. Aun así, Josefa no quiso irse.
Cuando la guerra terminó, recibió del gobierno francés la condecoración de la Legión de Honor y además fue distinguida por la Cruz Roja. Se había ganado la admiración de los soldados que se habían atendido en ese hospital, que volvió a ser asilo de ancianos. En su testamento, lo cedió a la Sociedad Filantrópica de París.

La casa de su bisabuelo, que estaba en la esquina de las actuales Perón y San Martín en el microcentro porteño, la donó al Patronato de la Infancia. Josefa murió en Brunoy el 17 de abril de 1924. Tenía 87 años. Tanto ella como su abuelo son ciudadanos ilustres de la ciudad y una calle lleva el nombre de ella.

Cuando se trasladaron los restos de sus padres y hermana a Mendoza, en 1951, el gobierno francés se negó a la repatriación de los de Josefa. Porque ellos consideran que es un heroína nacional que merece descansar en la tierra en la que nació y vivió. Ese mismo suelo que había sido refugio de su ilustre abuelo que, de chica, la dejaba jugar con sus medallas.

Fuente: mdzol.com – infobae.com

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