
Gabriel, tiene siete años y es un niño muy inquieto, tal cual como lo era su papá de chico, traía en sus manos algo así como una varita mágica, muy emocionado corría por la casa llamando a gritos a sus abuelos… Ellos salieron a su encuentro asustados, preguntándole si le había pasado algo… El niño sólo respiraba agitadamente y movía sin parar el elemento qué había encontrado… Sus abuelos trataron de calmarlo, pero al ver que llevaba en sus manos la varita se miraron con más asusto aún…
Gabriel se dio cuenta que algo pasaba y les preguntó por qué tenían guardada en la pieza de las cajas esa varita y si era real o no… Su abuela se sentó en su sillón favorito y comenzó a contarle la historia de la varita, el abuelo acompañaba el relato mientras el niño escuchaba atentamente…
Hacía muchos años atrás su papá Juan, más o menos a su misma edad, jugaba en una zona cercana a Villavicencio, mientras sus padres preparaban una asado. Corriendo entre jarillas, cactus y otras plantas vio una pequeña fogata a lo lejos, no había nadie cerca, su curiosidad lo fue llevando hacia el fuego, que se iba apagando a medida que él se acercaba… Al llegar sólo quedaban las cenizas, pero entre ellas había una varilla que resplandecía. Sin miedo alguno la tomó entre sus manos, no estaba caliente y era muy liviana…
No parecía que hubiera algo raro o especial en ella, el niño jugó un rato como si fuera una espada hasta que sus papás lo llamaron para almorzar… Les contó cómo la había encontrado, pero no le creyeron y siguieron como si nada. Juan había dejado la varita cerca de unas plantas secas y sin vida, al terminar de almorzar fue a buscarla y notó que las plantas estaban verdes y hasta habían florecido unos cactus cerca… Volvió a contarles a sus papás, una vez más no le creyeron y le dijeron que jugara un poco más porque pronto se irían…
Al momento de partir la mamá le pidió que no subiera ninguna “mugre” al auto, entonces él escondió la varita en el baúl junto a un frasco con insectos que llevaba para la escuela: eran un escarabajo, hormigas negras, una araña y avispas… Al llegar a la casa su papá abrió el baúl y no podía creer lo que veía… Llamó a su mujer y a su hijo a los gritos… todos estaban muy sorprendidos por lo que veían… La varita había vuelto a hacer su magia y al tocar el frasco con los insectos estos se unieron formando un gran animal nuevo… era negro, medía unos cuarenta centímetros, tenía ocho patas y estaba cubierto de un caparazón…
El animal comenzó a caminar y saltar por toda la casa con los miembros de la familia siguiéndolo de cerca, especialmente Juan, entró a los cuartos de la planta baja como buscando algo, subió la escalera y al encontrar una ventana se tiró por ella… Todos miraban sin omitir palabra hasta que lo más increíble pasó, mientras el animal caía hacia el piso su caparazón se abrió, le aparecieron unas pequeñas alas y salió volando de la propiedad….
En familia decidieron varias cosas, primero no contarle a nadie lo que pasó, segundo deshacerse de la varita. No la podían tirar por miedo a que hiciera algo malo a alguien, deberían romperla… El papá lo intentó por varios medios pero fue imposible, pensaron en quemarla y el fuego no le hacía nada… como tenían una habitación vacía, alejada del resto de la casa la pusieron dentro de una caja y se prometieron nunca más hablar de la varita…
– Con el paso del tiempo nos olvidamos de ella… concluyó la abuela su relato…
Gabriel preguntó entonces porque habían puesto tantas otras cajas allí… Sus abuelos, una vez más sorprendidos, dijeron que nunca habían puesto otras cajas en la habitación… Fueron a ver y efectivamente allí estaban….
La habitación que supuestamente había sido cerrada años atrás y nadie volvió a abrir estaba llena de cajas cerradas… Los abuelos no sabían que pensar, evidentemente su hijo tendría que darles muchas explicaciones… Unas horas después Juan llegó para buscar a su hijo y encontró muy raros a sus padres… Sobre la mesa del comedor vio la varita, se sentó en el sillón preferido de su madre y comenzó su relato…
Escarabajudo, cómo había llamado al animal creado por la varita, había vuelto por la noche a la casa, él lo descubrió, le dio de comer unas sobras de la cena y decidió esconderlo en la habitación de la varita para no alarmar a sus padres. Al otro día, sin que se dieran cuenta volvió a abrirla y ya no había uno sino dos escarabajudos, les dejó comida y agua. Al día siguiente habían más animales y la comida se había multiplicado… Ahora sí estaba asustado en serio… Buscó varias cajas vacías, prácticamente por todo el barrio, le sacó a sus papás toda la cinta de embalar que tenían y se dispuso a encerrar a cada escarabajudo en cajas separadas… Lo hizo todo a escondidas y se prometió nunca más abrir la habitación, por eso había tirado la llave hacia adentro…
– A todo esto, Gabriel ¿cómo entraste al cuarto? – preguntó Juan.
-Perseguía a un pequeño animalito por el jardín, entró por un hueco debajo de la puerta y luego salió la llave por ahí mismo.
-¿Cómo era el animalito?
-La verdad se parecía mucho al escarabajudo, pero mucho más chiquitito…
Sin saber si se trataba o no del mismo animal, los abuelos decidieron sellar definitivamente la habitación y no volver a saber de ella… Juan y Gabriel volvieron a su casa sin hablar durante todo el camino, al llegar el papá le pidió a Gabriel que lo acompañara al sótano, era un lugar prohibido para el pequeño, muy emocionado lo siguió y descubrió una gran caja de madera…
-Este tiene que ser nuestro secreto, podrás venir a verlo las veces que quieras, pero sin que se enteren mamá o los abuelos. ..
Juan abrió la caja y allí estaba el primer escarabajudo mirándolos con sus alitas abiertas listo para su paseo semanal. Al volver, mientras su papá iba por la escalera para salir, Gabriel sacó algo del interior de su campera y lo colocó dentro de la caja mientras Juan lo apuraba para salir. Al momento de cerrar la puerta la caja se iluminó por completo… la varita había vuelto a hacer su magia…
Continurá…