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El Marginal 4, oda a la violencia sin sentido y los insultos desmedidos

Si es un chiste, no lo entendí… en realidad no es un chiste y si lo entendí… el negocio de las series, sus productores plataformas de streaming es contar una historia en cuenta gotas, dejar finales abiertos y que el público ansioso consuma una temporada más de su serie favorita…

Y es obviamente lo que ocurre con la cuarta temporada de El Marginal, por primera vez el negocio es redondo porque sólo se ve por privado, esta vez la Televisión Pública quedó fuera de la repartija (por así decirlo) para que las productoras independientes hagan lo que mejor saben, vender y re vender una buena serie, una buena historia.

En esta úlitma temporada, hasta ahora, la violencia es extrema no sólo por la cantidad de sangre que corre sin sentido, sino por mostrar un lugar violentamente asqueroso, un mundo horrible donde el sálvese quien puede es la ley primera y llegas a creer que una violación es lo menos malo que te puede pasar.

Igualmente las actuaciones son buenas, el guión tiene sentido, aunque seguramente hacia el final de la quinta temporada terminará de cerrar del todo y lo mejor que tiene, ha tenido y tendrá es a Diosito. El personaje de Nicolás Furtado se roba una vez más, por lo menos para mí, la serie; tiene un carisma especial y mucho por dar aún, su nueva vida a penas está comenzando y es el momento de que crezca y madure para enfrentar su nuevo yo, su verdadero yo.

Es sabido que la historia continúa lo que sucedió en la primera y celebrada temporada (por The New York Times, por ejemplo) de El marginal 1. Acá, el cambio de escenario es clave para poder ofrecerle cierto aire, respiro y continuidad a la serie. La anterior era San Onofre (incendiada, devastada), la actual es Puente viejo (con su particular arquitectura que tiene importancia en el desarrollo de los hechos). Esto resulta clave porque una historia como El marginal se sostiene, desde el nombre incluso, por la disputa de algo concreto: el territorio. Planteada como una zona que hay que manejar y dominar de cualquier manera, la cárcel pierde cualquier rastro de vinculación con lo real (no hay muchas ideas alrededor de la pregunta: ¿cómo reinsertar al constructo social a alguien privado de su libertad?) para ser simplemente el escenario elegido donde se expone la violencia, extrema en la mayoría de los casos, de personajes que están disputando el mando de un pedazo de suelo mientras se debaten con sensaciones y sentimientos difíciles de manejar.

Los Borges son de un carisma imbatible. Piezas de una totalidad que se complementa, acciona y reacciona en bloque, o al menos lo intenta. Un cuerpo que no siempre encuentra la forma de unir fuerza e inteligencia. Marito (Claudio Rissi) y Diosito (Nicolás Furtado) llegan a una nueva geografía e inmediatamente el mundo que propone la serie comienza a funcionar. La vuelta del ex policía Pastor (Juan Minujín) aporta la dualidad necesaria para que el concepto némesis genere combustión. Los personajes nuevos (Luis Luque, Rodolfo Ranni, Facundo Espinosa, Julieta Zylberberg, Ariel Staltari, entre otros) y los ya conocidos (Gerardo Romano, Martina Gusmán, Abel Ayala, entre otros) orbitan alrededor de los Borges formando un ecosistema que siempre se encuentra al borde del desastre. El destino siempre es el mismo: la forma en cómo se llega a estar al frente (en este caso de Puente viejo pero resulta una dinámica similar en toda la serie), dominando, sometiendo, ejerciendo.

En este aspecto, El marginal es una serie que gira alrededor de la masculinidad y un homoerotismo (sublimado en violaciones, primeros planos de los cuerpos, escatología, brutalidad constante, entre otros) que entra en conflicto con el estado límite (esa aventura llamada amor, esa complicación llamada deseo) en el que viven los personajes. Ahora bien, si este territorio es la zona de opresión que simboliza el adentro, el afuera aparece revestido de distintas prendas y bajo distintas formas: la posibilidad concreta de aspirar a un escape, las drogas duras, y un sentimiento que puede arruinar a cualquiera: la esperanza. Esta dicotomía (adentro/afuera, pero también legal/ilegal) sin embargo tiene un punto medio, una tabla de surf que sirve para atravesar la más conflictivas olas de tristeza, que es la religión. Llama la atención que aparezca nuevamente la religión como una suerte de resguardo de las peores acciones cometidas: el cristianismo es percibido como el vínculo con fuerzas superiores que protege y premia a quienes se entregan a Dios y son capaces de hacer los mayores sacrificios (y atrocidades).

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