
Un importante y reconocido escritor de novelas se encontraba en un momento oscuro de su vida por, por así decirlo, no encontraba ni hallaba las palabras, se había quedado sin ideas nuevas para contar historia. Se sentía desesperado, ya que nunca le había pasado algo así.
Por ello decidió emprender un viaje hacia las montañas, un amigo le prestó su cabaña en medio de la nada prácticamente para que allí pudiera estar tranquilo y encontrar lo que tanto buscaba y necesitaba: palabras.
Al llegar a la cabaña encontró una nota en la puerta escrita a “dedo” o con una especie de palo en rojo: “NO ACERCARSE AL ARROYO NIA LOS ÁRBOLES DETRÁS DE LA CABAÑA EN LUNA LLENA”.
En un principio nuestro querido escritor no le dio importancia, su amigo no le había hecho advertencia alguna sobre algo en especial, aunque si le mencionó que hacía tiempo que Don José, el hombre que encargaba de cuidar la zona, se había marchado sin dar explicaciones de nada.
Pasaron un par de días y todo parecía normal por allí, él estaba muy tranquilo pero las palabras no llegaban, las historias nuevas se negaban a parecer, nada le entusiasmaba ni le daba el shock necesario o adrenalina que revolucionara su cabeza para escribir algo, aunque sea una oración.
Una noche decidió salir a caminar, buscar algo de aventura. Casi sin darse cuenta llegó a la zona del arroyo y los árboles a los cuales le había advertido la nota que no se acercara. No pasa nada, pensó, no hay luna llena hoy. Miró hacia el cielo oscuro y estrellado y allí estaba ella, la gran luna llena…
Un fuerte viento comenzó a soplar, las copas y ramas de los árboles comenzaron a moverse mucho, el agua del arroyo se agitó, nubes negras rodearon a la luna… y un zumbido fuerte resoplaba en el ambiente. El escritor ya no estaba tan tranquilo, tomó unas ramas caídas del piso y corrió tan fuerte como pudo hasta la cabaña.
Ya en la cabaña trabó la puerta con una de las ramas que había traído y tiró las demás cerca de la chimenea. El viento, el ruido agitado del arroyo y el zumbido ya no se escuchaban, el escritor tomó una, dos o tal vez más vasos de whisky para tranquilizar sus nervios y ocultar su miedo para luego acostarse y descansar.
Nunca sabremos cuanto tiempo pasó desde esa noche hasta que el escritor despertó, nunca sabremos qué sucedió en realidad. Lo cierto es que una vez que se levantó de la cama él ya no era el mismo, había envejecido años, décadas tal vez…
Él estaba muy aturdido, caminaba despacio, no se reconocía, no entendía nada de nada… mucho menos entendió qué era la pila de hojas escritas que estaban sobre el escritorio.
Estaban escritas a mano, sin duda era su letra, su caligrafía, aunque llevaba tiempo sin escribir a mano, en la primera hoja se leía perfectamente el título “La verdad sobre el arroyo y los árboles en luna llena, la historia de Don José”.
Se sentó en el sillón y comenzó a leer, claramente por la forma de escribir y el tipo de narración era una novela escrita por él, nadie más podría hacerlo así. Por otro lado no podía dejar la lectura, era más que interesante la historia, ésa que tanto había deseado escribir, aunque también le daba miedo.
Don José había desaparecido una noche de luna llena en el arroyo, entre los árboles, había buscado volver a su casa pero las ramas de los árboles se lo impidieron, envolviéndolo en una especie de mar de ramas y nunca más se supo de él.
Cómo había escrito todo eso no lo sabía, pero estaba muy angustiado y sintió por primera vez la necesidad de irse de ese lugar, miró hacia la puerta con la decisión de salir, pero la puerta estaba trabada aún por la rama, se acercó a verla con detenimiento y no era una rama… ¡ERA EL BRAZO DE UNA PERSONA QUE AÚN SANGRABA!
Miró sus brazos asustado y los tenía a ambos, respiró aliviado, en ese momento escuchó una voz ronca desde dentro: – «Si despertaste y terminaste de leer una vez mi historia, ¿podés traerme el brazo para terminar el almuerzo?«