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Cuentos y Relatos Relatos

Hace 23 años ocurría la peor tragedia área del país, un avión de LAPA no alcanzaba a despegar y 65 personas perdían la vida

Un 31 de agosto de 1999 a las 21:00 horas veía el programa de Lanata por canal América, cuando de pronto un último momento cambiaba toda la rutina del mismo: un avión comercial con destino a Córdoba se había estrellado y todo era un caos de móviles, de noticias, de ayuda, de rescate… y en ese momento fue cuando sentí la necesidad de estar allí, dónde la noticia se estaba produciendo, dónde había que correr para dar la mejor información y hacerlo bien… Fue ése instante dónde hice uno de mis últimos clics para estudiar periodismo….

En lo que constituye la mayor tragedia aérea de la que se tenga memoria en el país –por el número de muertos, 65, y por las características que tuvo el accidente–, un avión 737 de la empresa LAPA con destino a Córdoba, que llevaba 100 personas a bordo, se estrelló sobre el predio de Punta Carrasco, a pocos metros de la cabecera sur del Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery. La escena del avión carreteando sobre la avenida Costanera, envuelto en llamas, fue presenciada con horror por centenares de automovilistas que circulaban por el lugar. “Fue peor que el infierno”, repetía un atónito testigo. Antes de detenerse en forma definitiva, la nave destruyó parte del muro perimetral del aeroparque, los carteles de la plazoleta que marca el cruce de Costanera con la avenida Sarmiento y arrastró en su paso una cantidad indeterminada de automóviles. Un total de 80 personas, heridas como consecuencia de la caída de la nave, fueron llevadas al Hospital Fernández, estimándose que se trata de unos 20 sobrevivientes del avión, automovilistas y algunas de las 200 personas que estaban practicando en los links de la Asociación Argentina de Golf.


“Estábamos jugando al golf, éramos unas veinte personas, cuando vimos que el avión se nos venía encima.” Miguel Quiroga, 32 años, relató a Página/12 la increíble experiencia vivida. El vuelo 3142 de Líneas Aéreas Privadas Argentinas (LAPA) comenzó a moverse por la pista, en dirección norte-sur, exactamente a las 21. Al parecer nunca pudo despegar y en su loca carrera avanzó a ras del piso hasta la entrada misma de Punta Carrasco, cuando dio un brinco hacia arriba y se clavó de punta sobre terrenos que pertenecen a la Asociación de Golf. En pocos minutos, a pesar del cordón desplegado en el lugar por los bomberos, Prefectura y personal policial, unas dos mil personas se congregaron en los alrededores.
Dos ancianos, que habían dejado su auto en la avenida Libertador y llegaron a pie hasta el umbral de la entrada a Punta Carrasco, preguntaron a un cronista de un diario si un pariente de ambos estaba entre los sobrevivientes. El cronista, celular en mano y en contacto con la redacción, no se atrevió a decirles la verdad. La tragedia pudo alcanzar consecuencias imposibles de medir si el avión, en su carrera descontrolada, hubiera tomado contacto con la estación de servicio EG3, ubicada a escasos cien metros de la entrada de Punta Carrasco.


“Dos personas, entre ellas una chica, salieron caminando por sus propios medios por la cabina del avión, y otros cuatro pasajeros pudieron escapar con nuestra ayuda”, comentó otro de los hombres que estaban jugando al golf y que se convirtieron en improvisados bomberos. Por el mismo lugar habría salido uno de los pilotos, Gustavo Weinger. Tal era la confusión reinante que, mucho después, un joven técnico de la empresa LAPA continuaba llorando por la muerte de los dos pilotos, aunque el secretario de Salud del gobierno porteño, Héctor Lombardo, confirmó que Weinger estaba internado en el Hospital Bazterrica.
La aeronave se detuvo unos metros antes de donde estaba el grueso de los golfistas, al toparse contra un talud de arena y césped. Una persona que estaba en Costa Salguero contó que fue “impresionante ver cómo el avión se desplazó fuera de la pista, sin levantarse, continuó hasta arrastrar la reja del aeroparque y con ella pegada a la trompa, como si fuera una topadora, atravesó la avenida frente a nuestros ojos, llevándose todo por delante”.


Un automóvil 147 quedó tirado, destruido, luego de ser aplastado por la rejas. Guillermo, un hombre que avanzaba caminando desde la Costanera hacia el centro de la ciudad, vio pasar el avión a escasos 30 metros de su auto. La imagen que todavía lo tiene shockeado son las caras de horror de los pasajeros que, afirma, pudo ver a través de las ventanillas. El mismo hombre dijo que no sabe lo que pasó con la gente que estaba parada, esperando el colectivo, frente al aeroparque. Y con los autos que “un segundo antes estaban y después los dejamos de ver”.


Dentro del complejo Punta Carrasco, a poco de sucedido el accidente, se armó una comisión de notables que se pusieron “al frente de losacontecimientos”, según dijo al llegar el jefe de la Policía Federal, comisario Pablo Baltazar García. Luego llegaron, sucesivamente, el presidente Carlos Menem, el ministro del Interior, Carlos Corach, y el jefe del Gobierno porteño, Fernando de la Rúa. El tremendo accidente, a pesar de todo, en momento alguno interrumpió una convención convocada por una marca de productos de belleza, que se estaba realizando en Punta Carrasco, con cena incluida.


A última hora, el secretario de Inteligencia de Estado, Hugo Anzorreguy, dijo a la prensa que la empresa Lapa no había suministrado “ninguna información acerca de la lista de pasajeros”. Horas después de la tragedia, comenzaron a aparecer signos del paso arrasador del Boeing 737: una de las alas quedó al lado de una cabina telefónica, parte del fuselaje quedó disperso sobre la avenida Costanera y los pedazos de un automóvil Neón, de color blanco, patente CJJ 482. Del vehículo solo quedaron la parte de un paragolpe y la tapa del baúl.


La caja negra del avión fue rescatada por personal de la Fuerza Aérea y de inmediato fue puesta a disposición del juez Gustavo Literas, quien se hizo presente en el lugar una hora después del accidente. A los pocos minutos ordenó el desalojo de la zona, ante la presencia de una multitud de curiosos. La tensión era tal que hubo hasta intercambio de golpes entre los familiares de las víctimas y el personal de seguridad.

TESTIMONIO DE UN SOBREVIVIENTE: “Vi personas en llamas”

 “Sentí un ruido muy fuerte, y el avión se cae, se cae, arrastrando rejas, todo. Lo vi a Luis que estaba peleando con el cinturón. No se lo podía sacar. Lo ayudé y después humo, fuego, la gente se caía entre los asientos y más humo y fuego, había gente en llamas. No daba más, me llevé gente por delante, vi una puerta abierta y me tiré por la manga”, relataba Fabián Núñez, a pocos metros de donde todavía el cuerpo principal del avión de LAPA despedía altas llamaradas anaranjadas y un espeso humo negro.


Núñez estaba sentado junto a Luis Giménez, también sobreviviente, entre restos del fuselaje, pedazos de hierro, un ala destrozada con las siglas de la máquina pintadas con grandes letras, ropas, las chapas de un kiosco arrancado por la deriva del avión accidentado. “Un desastre, un desastre”, comentaba mientras no podía contener el llanto nervioso y se tomaba la cabeza con las manos.


“Era el vuelo de LAPA de las 20.36 a Córdoba, yo no viajo todos los días, pero lo hago bastante seguido –explicó a una periodista de Crónica TV que se acercó a entrevistarlo–. El piloto trató de levantar vuelo, incluso antes de salir, escuché que dos veces les dio velocidad a las turbinas. Estaba en el asiento 16 A, sobre el ala del lado de la turbina que explotó. El avión levanta como medio metro, digo medio metro porque vi el suelo y que trataba de tomar altura, incluso vi cómo se inclinaba el ala.”


Movió la cabeza como si todavía no pudiera creer lo que había vivido. “De repente sentí un ruido muy fuerte, como si las turbinas se hubieran plantado y después un silencio total de pocos segundos que me parecieron horas, y el avión se cae, se cae y un ruido tremendo, cayó plano y carreteó a toda velocidad hasta aquel terraplén.”


Núñez señala hacia el talud de tierra y arena que separa los links de golf de los playones de entrada a Punta Carrasco. El avión destrozado todavía despide llamas sobre el talud. Núñez señala, pero apenas lo mira, como si no quisiera que las imágenes de la catástrofe regresen a sus ojos. Hay bomberos con casacas amarillas y cascos rojos que tratan de apagar el incendio y buscan infructuosamente más sobrevivientes entre el humo. “No sé qué era lo que pasaba, después de esos segundos de silencio cuando se cortaron las turbinas, cuando el avión cayó de plano, el ruido fue infernal, vi que se arrastraban asientos, todo, porque el avión arrastraba la reja, autos, lo que se ponía en su camino. Cuando chocó traté de sacarme el cinturón de seguridad, pero no podía. Lo vi a él –señala a su amigo Luis Giménez– que también luchaba con el cinturón y no podía sacárselo. Fue una barbaridad, entre los gritos, el humo y las llamas que empezaban estuvimos como un minuto y medio para sacarnos el cinturón.”


Giménez asiente, pero es más parco. “Lo vi a él que salía hacia atrás del avión y lo seguí; había fuego y humo, mucho fuego y humo, no podía respirar, ya no daba más, algunas personas estaban en llamas, corrí hacia atrás, choqué con otras personas, vi la puerta abierta y me tiré por la manga.”


“Yo creo que volví a nacer –reflexiona Giménez–; lamento muchísimo por la gente que estaba allí arriba porque yo podría estar con ellos; el avión estaba casi lleno, a lo sumo había dos asientos vacíos. Estaba tan cansado y el humo me ahogaba, que en un momento bajé los brazos y ya quería quedarme y que todo terminara. No sé de dónde saqué fuerzas para salir.”


Para Núñez, hubo dos cosas que fallaron en la seguridad: “Una fue el cinturón de seguridad, que tiene un sistema que no es fácil desabrochar, y la otra cuestión que falló fueron las puertas de seguridad, porque sólo se abrió la de atrás, la gente que no pudo salir, que estaba de la mitad para adelante, fue porque la puerta de adelante no se abrió”.


“Ahora que me acuerdo, me parece un chiste –lo dice sin sonreír–: cuando subíamos al avión, vi a dos tipos que estaban trabajando en laturbina del avión. Me llamó la atención y le comenté a Luis: ‘¿Estos sabrán lo que están haciendo, a ver si nos caemos?’.”

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