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A 40 años de la Guerra de Malvinas nuevas investigaciones periodísticas revelan secretos

Por Diego Marinelli

Cuatro décadas se cumplirán muy pronto de la Guerra de Malvinas, uno de los episodios más significativos y dramáticos del muy dramático siglo XX argentino. Un conflicto complejo por donde se lo mire (la dictadura, el thatcherismo, el mundo de la Guerra Fría…) con infinidad de aristas que a lo largo de los años han sido abordadas por periodistas e investigadores de altísimo nivel. Aun así, cuarenta años después de aquellos hechos de abril de 1982, la guerra del fin del mundo continúa revelando sus secretos.

Marcelo Larraquy es uno de los grandes referentes del periodismo de investigación de nuestro país, autor de libros dedicados a temas como las figuras de Rodolfo Galimberti y José López Rega, los entretelones de la “contraofensiva” de Montoneros, las estrategias del Papa Francisco dentro de la Iglesia Católica y la violencia política en los años 70. En su último trabajo, “La guerra invisible: el último secreto de Malvinas”, publicado por editorial Sudamericana, Larraquy se sumerge en una historia de espionaje con ribetes de película, vinculada con el armamento de vanguardia (los recordados aviones Super Étendard y los misiles Exocet) que la Armada argentina logró obtener en Francia poco antes del conflicto.

En shock por el hundimiento del destructor Sheffield, Gran Bretaña temía una derrota y envió a un escuadrón de ocho hombres a Tierra del Fuego. Tenían encomendada una misión imposible: encontrar y destruir los Super Étendard y los Exocet alojados en una base militar de la Patagonia y matar a los pilotos argentinos que habían sido entrenados en Francia. El 18 de mayo de 1982 el capitán británico Andrew Legg aterrizó con su comando en el sur del continente para llevar adelante esta acción, que Larraquy cuenta en su libro con ritmo implacable de un thriller e información jamás revelada hasta hoy. Aquí compartimos algunos los de los mejores fragmentos de esta historia secreta de Malvinas.


La compra de equipamiento a Francia: “La Armada francesa, que había programado con la fabricante militar Dassault la compra de setenta y nueve aviones Super Étendard, sacó catorce de la línea de la producción para vendérselos a la Argentina. El “contrato bandera” se firmó en noviembre de 1979. El contrato especificaba el costo por la estadía y capacitación de los pilotos en Francia, el alojamiento y la atención médica. Todas las eventualidades estaban contempladas. Excepto la guerra. Francia, que consideraba aliados a los británicos y amigos a los argentinos, fue leal hasta donde pudo con las partes en conflicto. El traslado a la Argentina de los aviones y los misiles Exocet se realizó bajo extremos recaudos de seguridad. Los materiales, embalados por partes, fueron custodiados por la Gendarmería Francesa hasta su llegada a puerto de Saint-Nazaire. Un grupo de comandos anfibios viajó desde Mar del Plata para verificar que el buque de la Armada ARA Cabo de Hornos, que transportaría el material, no tuviese explosivos”.

La estrategia de la Armada: “La compra de aviones Super Étendard le permitía a la Armada Argentina mantener actualizados sus planes militares, con Chile y las islas Malvinas como hipótesis de conflicto. Así lo venía haciendo desde los años sesenta. Era la única fuerza que tenía bases y guarniciones en Tierra del Fuego. Sus pilotos se adiestraban en el sur. Volaban en forma visual. No tenían cartas aeronáuticas de la zona, pero conocían cada una de las estancias. Habían pintado los techos de los galpones con un número rodeado de un círculo blanco, que observaban desde el avión para tener una referencia de donde estaban. La Armada era la única fuerza que había planificado un escenario de recuperación de las Malvinas, impulsado por el Almirante Anaya”.


Tecnología de avanzada: “El Super Étendard permitía, por primera vez en la historia de la aeronáutica, la posibilidad de impactar contra blancos navales desde una distancia de al menos 40 kilómetros y luego regresar a una base aeronaval o a un portaviones. (…) El Super Étendard era el único medio de combate actualizado a la altura de las patrullas aéreas de combate británicas. El resto de las unidades de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea Argentina estaban una generación atrasada. Los Mirage no podían reabastecerse en vuelo y los Skyhawk, en sus distintas versiones —A-4B, A-4C y A-4Q—, operaban con bombas convencionales. La única amenaza real era el Super Étendard si contaba con el misil en condiciones de ser disparado. (…) El 4 de mayo de 1982, en una casi inmediata respuesta al hundimiento del crucero General Belgrano, pilotos de la Armada tripulando aviones Súper Étendard atacaron el destructor HMS Sheffield. El buque se hundió el 10 de mayo. Fue el bautismo de fuego de la cuadrilla de Super Étendard argentina”.

Peras por ametralladoras: “La Argentina profundizó la relación con países no adheridos al bloqueo. Libia despachó un cargamento de morteros, proyectiles, bombas, ametralladoras, minas antitanques y antipersonales, y misiles Matra Magic 630 aire-aire para los aviones Mirage III de la Fuerza Aérea. El traslado se realizó en plena guerra, con un grupo de pilotos civiles de Aerolíneas Argentinas, quienes volaron a Medio Oriente con un Boeing 707 entre el 7 de abril y el 9 de junio de 1982. Los asientos de los aviones fueron desmantelados y la aeronave fue cubierta con armas. Como el presidente Khadaffi no pidió nada a cambio, la Junta Militar argentina le envió un cargamento de manzanas, peras y caballos a Libia”.


La misión británica para eliminar los Étendard y los Exocets argentinos: “El capitán Legg y su patrulla del Special Air Service (SAS) había aterrizado con un helicóptero en el continente y debía marchar 50 kilómetros hasta la Base Aeronaval Río Grande para explorarla y tomarla por asalto, si advertía la posibilidad. Legg aterrizó algunas millas adentro de la costa patagónica junto a otros siete hombres una madrugada helada de invierno de 1982, pero se negó a marchar, se negó a continuar la operación militar. Permaneció en tierra no más de diez minutos y ordenó la retirada de sus hombres al segundo punto de desembarco, cercano a la frontera con Chile. Una vez en Chile, la dirección del SAS le pidió al capitán Legg que escribiera un reporte de patrulla detallado de la operación, desde el despegue en el Invincible hasta su rescate en Porvenir, e hiciera especial descripción de los eventos que lo habían llevado a abortar la misión en el punto de desembarco inicial. Legg lo escribió y se lo entregó a uno de los hombres del SAS en Chile. El 8 de junio, veinte días después de haber aterrizado en el continente argentino, regresaría a Gran Bretaña. La Junta de Investigación lo esperaba para interrogarlo sobre su comportamiento en la fallida operación Pluff Dum”.

La complicidad de Chile: “Aunque Chile presentó una protesta formal a Gran Bretaña, intentó reducir la gravedad del incidente, que desmentía su supuesta neutralidad. El helicóptero caído dejaba expuesta su colaboración. Chile no podía explicar dónde estaban los tripulantes ni por qué el radar de Punta Arenas no había interceptado su vuelo. Una semana después de aterrizar en territorio argentino, los integrantes del comando británico pasaron frente a un cuartel regional de carabineros y se identificaron. Las autoridades militares los condujeron en avión a Santiago de Chile. En la embajada británica se les pidió que se presentaran a la prensa y dieran las explicaciones que reclamaba Chile. Estaban tres hombres de la tripulación sentados en una mesa con una bandera británica frente a un grupo de periodistas y fotógrafos. Se leyó un comunicado y no se permitieron preguntas. La embajada, con la ayuda de Chile, les dio pasaportes con identidades falsas y al día siguiente volaron a Gran Bretaña. Dos empleadas de la sede diplomática simularon ser sus esposas y viajaron juntos.

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